Sabemos que Superman ha tenido poderes que desafían toda lógica desde sus inicios en Action Comics, pero hay una historia todavía más desquiciada que pocas personas recuerdan. ¿Sabías que el Hombre de Acero llegó a blandir una espada cósmica con poder absoluto? Sí, como si llevar los calzoncillos por fuera no fuera suficiente para destacar, en cierto momento de los cómics Superman empuñó un arma tan poderosa que ni Thanos con todas las Gemas del Infinito podría haberle hecho frente. Prepárate para descubrir una historia tan épica que hace palidecer a cualquier crossover del Arrowverso.
Una espada forjada en el nacimiento del universo
Todo empieza, literalmente, en el principio de los tiempos. La espada de Superman no fue creada en la Tierra ni en Krypton, ni siquiera en alguna galaxia lejana: esta arma nació durante el Big Bang, forjada con los retorcidos materiales del tiempo y el espacio. Una reliquia con forma de espada que atravesó los océanos del universo (sí, has leído bien, océanos cósmicos) absorbiendo energía, conocimiento y poder casi ilimitado a su paso.
Con cada viaje, esta espada se volvía más y más poderosa, hasta el punto de grabar en su empuñadura el mítico símbolo de Superman, como si estuviera destinada exclusivamente a él. Estamos hablando de un artefacto que da significado nuevo al término «macguffin»: una mezcla cómica de Excalibur y el Guantelete del Infinito, con esteroides de proporciones intergalácticas.
La amenaza del Rey Cosmos y la elección del Hombre de Acero
En un momento de crisis cósmica —porque claro, con Superman no basta con una amenaza local— aparece un villano de proporciones astronómicas llamado el Rey Cosmos. Este personaje es tan poderoso que prácticamente convierte la Tierra en su patio de recreo. Y ahí es cuando nuestro héroe, desesperado por salvar a la humanidad, encuentra y empuña la legendaria espada.
Lo que sucede a continuación solo puede describirse como nivel final de Dragon Ball multiplicado por mil. La espada concede a Superman una elevación tan brutal en sus habilidades que se vuelve omnisciente y omnipotente. Hablamos de un estado donde puede verlo todo, saberlo todo y hacerlo todo. En otras palabras, se convierte en un dios viviente. Literal.
Pero aquí la historia da un giro digno de los grandes momentos morales de los cómics: Superman, al alcanzar este nivel de poder, se da cuenta de que ya no sería un humano entre humanos. Sus acciones perderían empatía, sus juicios ya no serían humanos, y tomar decisiones lo convertiría en un juez imparcial distante, alejado de lo que lo hace, valga la redundancia, super-humano. Así que decide hacer lo impensable: renuncia. Rechaza la espada y su divino poder, devolviéndola al cosmos como si se tratara del Mjolnir de Thor esperando a otro digno portador.
¿Por qué nadie recuerda esta épica historia?
No es raro que esta aventura no esté en el top 10 de las más recordadas del kryptoniano. La escala cósmica de su argumento, el nivel de poder inabarcable de la espada y el hecho de que al final Superman la rechazara hacen que sea difícil de integrar en la continuidad habitual del personaje.
Además, ¿qué haces con un arma que supera todos los límites narrativos? Básicamente, la espada de Superman era el botón de reinicio definitivo: podía resolver cualquier conflicto al instante, y eso mata cualquier tensión dramática. Resulta lógico que los escritores decidieran dejarla desaparecer tan discretamente como llegó. Como diría el Doctor Extraño (perdón, el Doctor Destino): «Con gran poder, viene una carga de guionistas demasiado confusa».
De hecho, la historia encarna uno de los dilemas más interesantes del personaje: incluso con todo el poder del universo a su alcance, Superman sigue eligiendo humanidad antes que divinidad. Al final, ese es el verdadero superpoder del último hijo de Krypton: su inquebrantable sentido moral. Y eso, amigas y amigos frikis, no hay espada cósmica que lo iguale.